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lunes, 17 de noviembre de 2014

Promises (2001)



Promises ProjectEl conflicto árabe-israelí, uno de los mayores problemas de la historia de Oriente medio, se exhibe a través de otra perspectiva a la que estamos acostumbrados en Promises; los partidarios de un bando o de otro, víctimas de atentados terroristas, de injusticias políticas, de la impotencia de encontrarse atrapados sin poder acceder a las tierras que una vez fueron suyas o con miedo a no volver a ver a uno de sus seres queridos por culpa de un nuevo ataque son siete niños, tanto árabes como judíos, ortodoxos o no, que se encuentran inmersos en un trance bélico que les ha hecho a algunos desarrollar un odio acérrimo hacia el otro bando, un odio indiscriminado basado en el dolor de la perdida en algunos casos, en otros en la incapacidad de poder visitar las tierras que su sentimiento religioso dicta que les pertenecen… el documental se sitúa como punto intermedio, sin favorecer a ninguno de los dos grupos, solo permitiéndoles un medio para expresar su pensamiento y a través de distintas escenas mostrar similitudes que dejan las batallas y la sangre a un lado para mostrarnos nada más que lo que deberíamos ver en los dos bandos: personas, niños.

Promises plantea distintos temas que atañen a todos los niños casi al mismo nivel. Uno de los más interesantes, a mi punto de vista, es el miedo, de manera velada en algunos,  pero presente en todos; en Yarko y Daniel, por ejemplo, dos gemelos judíos, este miedo se llega a palpar en  la rutina que deben seguir diariamente, una alerta constante a cualquier embestida terrorista. Sin embargo, los gemelos se encuentran en una posición más “privilegiada”, aunque no en sentido estricto,  que algunos de los otros niños, como es el caso de Mahmoud, niño árabe en este caso, el cual tiene que vivir con una presencia militar mucho más palpable. Se trata de un niño más inmerso en el ámbito religioso que basa sus razones siempre en su dogma. Pero las convicciones más fuertes aparecen representadas por Shlomo, un niño judío ortodoxo que ha desarrollado una gran madurez y que se encuentra muy sumergido en sus doctrinas religiosas, tanto es así que considera la religión como el arma más poderosa para acabar con la guerra, renegando de cañones y balas.

Todos estos jóvenes se han visto rodeados de muerte y desolación a una edad muy temprana. La muerte toma su representante árabe en un amigo de Faraj, un niño árabe residente en un campo de refugiados. La pérdida de un amigo a manos de los soldados es tal vez una de las cosas que más alimenta su odio, este fallecimiento sirve para hacernos ver la impotencia de los refugiados que se ven obligados a luchar con piedras contra armas de fuego, revelando así su deseo de libertad. Contrariamente a lo que se podía esperar, debido a su pensamiento radical, Faraj simboliza la esperanza, el sueño de regresar algún día a la tierra que una vez le perteneció a su familia; este símbolo se hace material en la antigua llave de la que fue su casa, transmitida de generación en generación.

En el lado judío, Moishe siente un odio similar al de Faraj que surge de la muerte de un amigo suyo a causa de un atentado terrorista. Al igual que el joven refugiado, Moishe se niega a relacionarse con su supuesto enemigo, al que solo le ampara la desgracia, el castigo por todo el daño que le han causado a su pueblo.

Por contraposición a los dos jóvenes, en Sanabel hayamos la inocencia, la bondad, una niña que a pesar de su situación familiar; un padre encerrado sin cargos y sin juicio y de encontrarse prisionera en el mismo campo de refugiados que Faraj está a favor de relacionarse con niños judíos, a los que no culpa del conflicto, ni siquiera a algunos adultos. A mi parecer es la voz de la cordura de este pintoresco grupo aportando una idea clave: la supuesta imparcialidad de los niños y una supuesta relación entre ellos podría ser la vía para acabar con la guerra. Esta idea llega a cobrar vida en el clímax del documental donde el director pone en contacto a los únicos niños árabes y judíos dispuestos a relacionarse: los gemelos Yarko y Daniel, Sanabel y su hermana Fida y sorprendentemente, tras una conversación con los gemelos, Faraj accede al encuentro.

Las escenas que exponen el encuentro son las más conmovedoras, ya que la animadversión, el dolor, la nulidad  ante los opresores desaparece entre juegos, bailes… irónicamente los niños llegan a jugar a luchar mostrando una analogía de lo que podría convertirse todo lo que están pasando. La cultura, los puestos de control, los agujeros de bala en las paredes, pasan a un segundo plano, se convierten en el fondo de un coro de voces que ríen y que por unas horas olvidan las disputas que torturan sus almas diariamente.

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